sábado, 13 de octubre de 2007

Sobre la granhermanización

“Los programas de entretenimientos suministran claves a las
audiencias acerca de lo que nuestra sociedad estima, y acerca de
como hay que comportarse. Son realmente formas de
educación, de adoctrinamiento”.
(Robert Shayon, 1972)


La transmisión es “directa”, un conductor insita a “espiar un ratito” y los ojos de las cámaras se ajustan para hacer foco sobre unos tipos y unas minas medio despeinadas que fingen naturalidad. Un espectador o mejor dicho miles, en estado de submotricidad aún mayor que los personajes de la pantalla, miran la escena. En otro canal un tipo improvisa una defensa de estos programas diciendo que “es natural querer ver, el vouyerismo” y una provinciana apagada que tuvo sus dos minutos de fama en una emisión anterior dice que “estar en la casa” la ayudo a “encontrarse consigo misma”.
Así corren horas y horas de trasmisión con una pantalla que se cierra sobre si misma y que, como ha señalado Humberto Eco, se consolida como una “ventana abierta a un mundo cerrado”. En otros programas se habla de esos programas y la grilla pasa a estar poblada de collages parasitarios de los denominados reality shows. Todo se granhermaniza, se tinelliza y trata de bañarse de una fingida excitación y adrenalina para ser mas atractivo y, de algún modo, esconder la atrofia que despliega.
El pensador Zigmunt Bauman manifiesta en una aguda crítica como lo privado ha colonizado lo público, dando lugar a la degradación y vaciamiento de este último espacio, en un proceso que excluye de raíz lo que no es posible de ser traducido a objetivos individuales. Una reflexión en este camino se hace vital a la hora de detenerse sobre este tipo de productos, la trascendencia mediática que adquieren y fundamentalmente para percibir la lógica cultural en la cual se inscriben.
Una pantalla con cinco o más idiotas, lamentablemente, pasa a ser mucho mas que una pantalla con cinco o más idiotas. Asistimos entonces a la coronación de una cultura donde la intimidad como hecho aislado del total (en su concepción más vacía y filtrada por youtube, el reality, etc.) hace irrupción sobre cualquier otra esfera. Una senda distópica donde la sociedad se presenta como un aglomerado forzoso y quebradizo de individuos y donde, frente a la ya tan mencionada crisis de las identidades fuertes, el consumo y la lógica del mercado se alzan como una incubadora donde mamar la leche amarga de la privatización absoluta de todas las esferas de la vida.
Se desnudan perversamente las reglas, aquella normativa que rige con eje central en la exclusión y que disfraza su profunda violencia con un maquillaje lúdico. Al fin y al cabo se trata de un juego en el que el otro solo adquiere sentido en tanto costo o beneficio personal, donde hay que trazar alianzas esporádicas hasta nuevo aviso y luego romperlas, donde hay que “saber moverse” para no estar “nominado” y donde el único método para no ser expulsado es expulsando. El sujeto que incorporó la lección se concreta como un niño avejentado que juega en su limbo donde la inocencia ha sido despellejada y se ha escondido su cadáver junto al lazo solidario acribillado. De esta forma se erige como único modo posible y única promesa de obtener algún beneficio el modo solitario, piloto automático de la cultura neoliberal.
Se dispara entre ceja y ceja el discurso del individualismo rabioso, la orgiástica lógica del mercado alcanzando todo resquicio de las relaciones interpersonales. El espectador mientas tanto, confirmará estas ideas y se adoctrinará entre carcajadas y tiempo muerto, afiebrado entre aburrimiento estructural y consumo solitario entenderá de algún modo el mensaje... “jugar bien”.